Cien años atrás empezó a circular la creencia de que usamos tan sólo el 10 por ciento de nuestros cerebros. Algunos se la atribuyeron al físico Albert Einstein, pero no hay prueba de que la haya sostenido. Otros aprovecharon para promocionar la posibilidad de "desarrollar" poderes psíquicos. Sin embargo, la creencia no tiene evidencia científica. Muy por el contrario, ningún área del cerebro queda inactiva cuando alguien piensa, habla o toma decisiones.
El mito sobre el funcionamiento del cerebro no es el único. Dos investigadores de los Estados Unidos derribaron otros seis. "Incluso algunos médicos los creen verdaderos", dijo ayer Rachel Vreeman a Clarín.
Junto a Aaron Carroll, Vreeman, que trabaja en la Facultad de Medicina de la Universidad de Indiana, se ocupó de recopilar una lista de creencias que la gente piensa como verdaderas. Después identificaron si había evidencias científicas para confirmarlas. Los siete mitos que derribaron fueron publicados esta semana en la revista British Medical Journal.
El primero dice que "hay que tomar al menos 8 vasos de agua por día". En 1945, hubo un consejo de un comité de nutrición de EE.UU. que daba esa idea. "No hay evidencia que demuestre que necesitemos tanta agua. El organismo sí necesita líquido -aclaró Vreeman a Clarín- y puede conseguirlo al ingerir también frutas, verduras, jugos, leche, u otras bebidas".
La segunda creencia sin justificación consiste en que el pelo y las uñas continúan creciendo después de la muerte. Es falsa. Antropólogos forenses y dermatólogos explican que la deshidratación del cuerpo después de la muerte puede conducir a la retracción de la piel alrededor de uñas y cabe llos. Esto puede dar la apariencia de que crecieron, en contraste con los tejidos hundidos.
Otra idea equivocada es pensar que leer con poca luz arruina la vista. Hasta ahora, no hay evidencia que lo compruebe. Se sabe que cuando se lee con poca luz, se produce un estrés temporal que puede resecarlos o irritarlos. Pero no queda un daño permanente, según el consenso entre oculistas.
Hay aun más mitos sobre los pelos. Se piensa que la afeitada hace que vuelvan más rápidos o más gruesos. Sin embargo, ya en 1928 un ensayo demostró que no tenía efecto alguno sobre el crecimiento del pelo. Lo que hace es "remover la parte muerta del pelo, no la sección viva por debajo de la superficie, por lo que es improbable que afecte la tasa o el tipo de crecimiento", afirmaron Vreeman y Carroll.
El cerebro humano -como ya se mencionó- y los celulares no se salvaron de estar en la lista de los mitos. "El argumento de que usamos el 10% de nuestro cerebro es falso. Por el contrario, las técnicas de neuroimágenes muestran que el cerebro trabaja en red y se activa en forma masiva en toda función cognitiva compleja", dijo a Clarín Facundo Manes, director de Ineco y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro.
Con respecto a los celulares, en 2002 una página en Internet de un organismo estadounidense le dio crédito a una anécdota: decía que el uso de un celular había afectado el funcionamiento de una bomba de infusión de terapia intensiva y que había perjudicado a alguien. Esto hizo que varios hospitales prohibieran el uso de los celulares.
Esa medida no estaría tan justificada, y los autores recopilaron estudios que demuestran que la interferencia de los celulares es mínima. Los teléfonos deben estar muy cerca de los equipos para causar un error. Y esos errores -aunque sean detectables- no son clínicamente importantes.
Ultimo en la lista aparece el pavo, que tradicionalmente se come en el Día de Acción de Gracias en EE.UU. Se cree que como tiene un aminoácido, llamado triptofano, puede ser un inductor del sueño. Pero su cantidad no es lo suficientemente alta como para afectar a una persona. Entonces, es probable que el vino que acompaña al pavo u otros manjares sean los responsables del sueñito.
Los autores publicarán pronto un libro con más de 100 mitos. "Queremos -dijo Vreeman- que el público y los médicos no asuman las creencias como verdades, aunque es difícil que cambien el pensamiento".
(Este texto fue publicado por Valeria Román el 28 de diciembre de 2007 en la versión impresa de Clarín)